lunes, 26 de junio de 2017

La Constitución no es un pacto social

Cuando te lanzan de bocajarro que la Constitución no es un pacto social tienes que ser muy insensible para no asombrarte y reconocer que toda nuestra vida social corre un peligro real, porque está cimentada y transita sobre arenas movedizas.

Contextualicemos. Una de las tareas fundamentales de las escuelas de Leyes en occidente es convencer con concienzudos argumentos el carácter de Pacto Social de la Constitución. Y así, pasados los tres últimos siglos de argumentaciones, subyace en el ideario de los jurisconsultos y gente del derecho el pre-juicio fundacional de que una Constitución es un Pacto Social, un acto consensuado, por el cual una nación-estado se da para sí un conjunto de normas fundamentales para orientar y regular la vida en común de sus ciudadanos y su relación como una unidad con otras naciones-estado en el concierto internacional.



Destaca, además, en la doctrina clásica constitucional que el Pacto Social plasmado en la Constitución es el más sublime y principalísimo documento que nuestros ancestros nos han legado y que para su elaboración han tomando como base los principios de la justicia, la equidad, la legalidad y el bien común, además de establecer en ese pacto originario la estructura y funcionamiento del aparato del estado que contribuirá a la consecución de los más sublime interés colectivos. Este noble y excelso pre-juicio subyace incluso en el ideario de la sociedad, del ejercicio de la política y de la gente común: Dentro de la Constitución todo, fuera de la Constitución nada.

La Constitución no es un pacto social

Realmente yo también me formé pensado que la doctrina clásica constitucional del Pacto Social —que puede ser nombrada ya como romántica— era una historia con final feliz donde los Padres fundadores de nuestro país, en representación o con la participación de la inmensa mayoría de la población y de sus muy diversos pareceres e intereses, habían plasmado en un texto fundacional sus más desinteresados y armoniosos deseos por el supremo bien de toda la Patria. Incluso las reiteradas modificaciones, enmiendas y nuevos textos constitucionales producto de Actos Constituyentes o Asambleas Nacionales Constituyentes que registra nuestra historia formaban parte de ese todo perfectible del espíritu constitucional, que en nada perturban sino enriquecen el incorruptible legado original.

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Ahora sabemos que no es así. Ahora sabemos que una Constitución es maleable, adaptable y vulnerable más allá de lo que puede dar la imaginación. Ahora sabemos y podemos afirmar que la realidad política de Venezuela —transitando ya la mitad del cuarto lustro del tercer milenio— deja de manifiesto que la Constitución no es un pacto social, y mucho menos un pacto que se asume de buena gana. Lo más cercano que está es ser algo así como un contrato de adhesión.

Y si la Constitución no es un pacto social, entonces qué es. Ensayemos, entonces, una nueva definición.

La Constitución es un acto fundacional por el cual quien ejerce el poder sobre una nación-estado, en un momento histórico determinado, impone y establece un conjunto de normas para regular la vida en común de sus ciudadanos en búsqueda de lograr y consolidar su proyecto de país y el logro de los intereses generales, o que son los considerados así por la casta dominante, además de establecer la estructura del estado, los mecanismo del juego de poder y el cómo preservarse en su ejercicio, y en el concierto internacional delinear su relación, como una unidad-estado, con otras naciones-estado.


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jueves, 15 de junio de 2017

China, Revolución Cubana y Marihuana

Corría el año de 1972 cuando vi por primera vez tres productos que marcan nuestro presente y futuro. Era un sábado cualquiera cuando acompañaba a mi Papá a hacer las compras en el Mercado Principal de Mérida, Venezuela, que por aquel entonces quedaba en el centro de la ciudad a una cuadra de la Plaza Bolívar; edificación que sería devorada por el fuego años más tarde y en cuyo terreno se levantó posteriormente el Centro Cultural Tulio Febres Cordero.




Fue entonces que, con nuestras bolsas de fique al hombro, entre vendedores, olores y colores de productos del campo, carnicerías y pescaderías, nos adentramos al bullicioso ambiente de ventas y regateos del Pasaje Tatuy, que era una pequeña callecita lateral de acceso al mercado.

 China, la Revolución Cubana y la Marihuana


Justo antes de entrar al mercado, por la puerta lateral, junto a una máquina de hacer barquillas y a un adivinador ambulante con su loro verde en el hombro, se apostó ese sábado un anciano, bien afeitado y peinado, flaco y de camisa manga corta, con una pequeña maleta cuadrada de cuero que abierta en el suelo mostraba y ofrecía para la venta 3 productos principales:  
  1. Franelas blancas chinas, de hilo muy fino, con tres botones en el cuello, además de cholitas negras chinas –zapatillas– estilo Bruce Lee y camisas blancas cuello Mao; 
  2. Chapitas –o botones decorativos– del Ché Guevara con boina con estrella y chapitas de Fidel Castro con gorra y tabaco en mano; y 
  3. Camisas estampadas y chapitas alegóricas a una planta con hojas puntiagudas de siete brazos, que más tarde supe que la conocían como Cannabis o Marihuana.

Entonces, Papá murmuró algo sobre el futuro de estos productos que tenía que ver con el número de habitantes y la constancia, o algo así.

Luego de detenernos un rato a admirar estas nuevas mercancías, como abalorios, seguimos con nuestra agenda y proseguimos haciendo compras.

Recordando la escena, con el paso del tiempo, me doy cuenta que no supe descifrar lo que había presenciado. Hoy, y por los próximos cien años, los productos chinos dominan el grueso de la oferta mundial; la Revolución Cubana ha sobrevivido hasta sus 58 años y ha esparcido sus semillas en los campos de muchos pueblos; y la Marihuana camina entre aplausos al ámbito de lo permitido, luego de su regulación en Holanda, su legalización en Uruguay y más recientemente en Colorado, California y Nueva York, en los Estados Unidos.

Hoy estoy pendiente de reconocer y descifrar una nueva maleta, de algún viajero del tiempo, que me muestre los signos que marcarán el futuro.

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